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No es difícil de imaginar el hecho de que Fedra no se estuviera adaptando bien, casi no salía y no hablaba con nadie, además evitaba quedarse a solas con cualquiera de sus compañeras y se encerraba en cualquier lugar solitario, prefiriendo casi siempre esconderse entre las plantas del jardín.
Unos pocos días transcurrieron hasta que a una de sus compañeras se le ocurrió decir algo que valiera la pena escuchar de sus labios y no como siempre recitar como cotorras del revés y el derecho esa boba lección de la cortesía que estaban aprendiendo: "Debe ser hábito el tratar a todo ser tanto en palabra como acción, y siempre rebosar gentileza y agrado en nuestras maneras". Esto y otras extrañas costumbres de las chicas hacían a Fedra sentir molesta todo el tiempo, desde que despertaba hasta que volvía a caer la noche y tenía que meterse de nuevo en la cama.
En medio de una calurosa tarde, Lisa le había susurrado a Mary lo mucho que le gustaría tener el cabello rubio dorado como el de Fedra y esta, como buena bruja que era, no pudo pasar su nombre por alto y sin ningún reparo decidió molestar a la pobre Lisa.
—Oh, ¿te he dicho lo mucho que me gusta tu cabello, Mary? —dijo con fingida inocencia, tomando entre sus dedos un mechón de los cabellos de la niña y Mary no pudo evitar ruborizarse ante la idea de que Fedra, quien era tan hermosa pudiera sentir tal admiración por su cabello que solo era de un simple tono castaño— sí, definitivamente moriría antes de tener el cabello negro porque a algunas personas les resta tanta belleza.
Entonces sonrió y al lanzar una mirada a Lisa abrió con falsa sorpresa ante el semblante dolido de la chica, pues Lisa siempre fue muy susceptible ante la belleza y se dejó palidecer, dados los innumerables cumplidos recibidos por su gruesa cabellera negra, el verse de repente replegada a no ser "bonita" le sentó de una manera terrible. Lisa Lovett debía ser perfecta en todos los sentidos, por lo que corrió frente al espejo y sentada sobre el taburete levantó sus cabellos con las manos temblorosas.
—¿Creen que sería mejor intentar un nuevo peinado? —les preguntó Lisa desesperada a sus compañeras, pero Mary, siempre tímida, no supo qué contestar— ¡Tal vez podría intentar un nuevo corte!
Las dos chicas compartieron sendas miradas entre ellas, Mary aún arrobada por el cumplido de Fedra y Lisa, embargada por una aplastante sensación de pequeñez inusitada. Sin embargo, una idea brilló en la mente de Fedra y se preguntó qué tanto podría funcionar si la llevaba a cabo.
Decidir entre si hacerlo o no le tomó un día más y en ningún momento dejó de pensar lo que pasaría si lo hiciera, la idea de cortar su cabello era un llamado a la tentación que no podía ignorar. Si bien, nunca le había interesado lo suficiente el cabello corto cuando tenía su propio cabello, pero esta cortina de cabellos dorados resultaba ser una carga inmensa. Cada vez que llegaba a poner un pie fuera de la escuela recibía constantes alabanzas hacia su cabello y sentada ahora frente al espejo de la habitación, aprovechó que las demás muchachas habían salido a dar un paseo y se hizo fácilmente con una tijera de las cocinas; uno a uno comenzó a caer con suavidad los mechones del largo cabello de Fedra como una hermosa lluvia de oro, cortó y cortó hasta que no se pudo atisbar en su cabeza ni uno solo de sus rizos.
En ese momento, Meredith, la misma anciana que la había recibido al despertar, apareció en la habitación con una montaña de sábanas limpias que quedaron desperdigadas en el suelo en cuanto echó una mirada a la niña. Fedra sonrió internamente al ver el efecto conseguido y se agradeció a sí misma por molestar aquella vez a Lisa.
—¡Señorita! Espero que no sea esa la nueva moda porque es sinceramente horrible —exclamó la anciana recogiendo del suelo los bellos mechones, haciendo que la sonrisa interna de Fedra se ensanchó aún más— ... pero es usted tan hermosa... que ni con ese horrible corte podría verse fea, ahora tengo que buscar...
No terminó de hablar y salió corriendo, llevando consigo las esperanzas abandonadas de Fedra, maldita sea la belleza que la agobia. Recogió con rapidez todos los cabellos y alcanzó a guardarlos en el baúl que descansaba al pie de su cama justo cuando entraba en la habitación la señorita Rosie. Charlotte Rosie había aceptado el empleo como celadora en la escuela y había trabajado a la perfección con las niñas, pues todas eran como pequeñas flores delicadas y hermosas, orgullosa como era nunca tuvo una sola queja hasta que llegó Fedra y comenzó verdaderamente su trabajo como celadora, lo demás podía entenderse como entrenamiento.
—¡Fedra! Pero ¿qué has hecho con tu cabello, niña? —la expresión de la señorita Rosie, estupefacta hasta rebasar el límite, fue casi como un deleite para la joven bruja.
"Al menos he conseguido hacer que se tire de los cabellos" comentó para sus adentros, Fedra que sentía especial molestia por la celadora, pues era incluso más bella que Cosme y ya estaba cansada de rodearse de tantas bellezas. Sin embargo, no se podía permitir atraparse en la travesura ella sola, por lo que decidió fingir al ver que atrás de la señorita Rosie se acercaba un grupo de niñas que curiosas se asomaron por la puerta.
—¡Señorita Rosie! —exclamó al borde de las lágrimas al escuchar las risas de sus compañeras en el exterior y se lanzó a los pies de la mujer— ¡Yo no sabía, juro que no lo sabía! Creí que así podría hacer las paces con mis compañeras.
—¡No jures, muchacha! Ahora explícate.
Fedra, que no era una novata en el oscuro mundo de las mentiras, sabía muy bien de lo que hablaba, pues escuchaba los sollozos en la noche de Lisa, pues esta sufría por su cabello y así mismo a la bruja no se le escapaba ni una de las risas tontas de Mary al recordar el cumplido que antes le había hecho, resultando en que ninguna de las dos niñas era tan amiga de la otra como antes. Explicó con todo detalle a la señorita Rosie la situación, mientras esta trataba de peinar de alguna manera el corto cabello de la niña.
—Es que yo soy la única culpable, señorita Rosie, nunca debí hacer el cumplido a Mary sin medir mis palabras, como usted dice mi querida señorita, la cortesía en una niña debe ser innata y yo he sido tan grosera que resulto simplemente repugnante.
Dejó caer más lágrimas sobre sus rosadas mejillas que fingió secar desesperadamente, pero por dentro ella no dejaba de lamentarse por no haber dejado huecos en su cabello para verse más fea o a lo mucho, menos bonita como era su caso.
—Querida, siempre existen otras maneras y tú sabes que el cabello es un regalo concedido por la naturaleza y el tuyo que era tan bonito... no debes olvidar que son la sencillez y la elegancia lo que aporta a la mujer ese aire tan característico.
Fedra no escuchó el resto, no era necesario porque ya lo había escuchado otras cien veces en los pocos días que llevaba en Sinclair y se sentía a punto de estallar, para su suerte, en ese momento llegaron sus compañeras que al ver ese espantoso cuadro no pudieron evitar abrazarse la una a la otra. La señorita Rosie y Fedra se pusieron de pie e hicieron pasar a las otras dos jovencitas a la habitación, la pequeña bruja ya lo tenía todo planeado y procuró pararse junto a sus compañeras con una mano al frente y la otra escondida atrás.
—Tengo entendido que su deficiente comportamiento de los últimos días ha llegado a afectar a su compañera, a tal punto de llevar a cometer esta penosa acción —les dijo la señorita Rosie severa, las niñas abrieron la boca en su momento, pero Fedra las hizo cerrarla de inmediato con un movimiento de su mano escondida tras la espalda —Fedra no puede quedarse para siempre encerrada en la escuela, tendrá que salir y ya saben que todos en el valle van a murmurar solo Dios sabe qué cosas, pues es un vicio común en las mujeres y ya saben que yo no lo permito en mis niñas, pero eso no las exenta de estar en la boca de todos en el pueblo.
La fina boca de la mujer se había vuelto una delgada línea que dejaba ver lo disgustada que estaba por el comportamiento de dos de sus mejores alumnas.
—Les he dicho un millón de veces que no sólo el físico es importante en una bella mujer, la manera en que se comporta frente a la sociedad y deja ver en sus acciones el gran espíritu que lleva dentro de sí es lo que verdaderamente importa, sepan que estoy sumamente decepcionada de ustedes.
La sonrisa interna de Fedra nunca había estado tan grande, pues mantenía la boca de las niñas cerradas y veía en sus ojos aflorar las lágrimas de tristeza al escuchar las palabras de su querida señorita Rosie.
—Ahora veremos el castigo por esta falta, veamos qué será un castigo apropiado para tres jovencitas.
El corazón de Fedra saltó al escuchar que tres jovencitas saldrían castigadas, no estaba habituada a los castigos y ahora parece que ha nacido para estar encadenada a ellos.
—Disculpe, ¿ha dicho tres? En realidad no esperaba ser castigada, debido a que yo...
La señorita Rosie enarcó las cejas y a Fedra se le encendieron las mejillas, que por su blanca piel deberían de lucir como un farol en su pálido rostro.
—No, por supuesto que no lo esperaba señorita Fedra, pero se llevará un castigo igual que sus compañeras, sí señor.
Lisa, Mary y Fedra se vieron con tal sorpresa que el hechizo se rompió y las tres comenzaron a hablar al mismo tiempo para salvar su propio pellejo, ignorando que para una persona tan disciplinada como lo es Charlotte Rosie sus réplicas solo podrían empeorar tan fatídica situación.
—¿Qué es esto? Culpándose mutuamente como si no fuesen compañeras, sí, serán castigadas Lisa y Mary por no saber responder correctamente a un cumplido y dejarse llevar por las palabras de otros, y Fedra será castigada por ser desconsiderada hacia una de sus compañeras, pues siempre se debe procurar tener palabras agradables para todo a aquel que esté en su presencia, ¡Que falta de mesura! Y no quiero oír ni una palabra más al respecto, ya les haré llegar el castigo correspondiente.
La señorita Rosie salió de la habitación convertida en una furia y mandó a las demás niñas a sus habitaciones, pues habían permanecido cerca del pasillo para escuchar el regaño, una mala costumbre de las señoras de la limpieza y que la señorita se esforzaba siempre en corregir. Las tres jóvenes enmudecidas por completo se sentaron juntas en la cama de Mary que estaba en la esquina más oscura de la habitación y así estuvieron hasta que el sol poco a poco comenzó a esconderse tras las colinas.
Fedra permaneció junto a sus compañeras aun anonadada por haber sido castigada de tal manera que nunca se imaginó ser castigada, pues su tía Cosme nunca lo hacía en la cabaña y no entendía como sentirse al respecto.
—Nunca creí que la señorita Rosie podría hablarnos así algún día, Mary —murmuró Lisa cabizbaja.
—Ni yo, pero no entiendo la razón... —le respondió Mary aun con lágrimas en los ojos.
Fedra en un ataque de una sensación extraña en el pecho sintió que debía explicar de alguna manera la situación, pero al volver hacia sus compañeras y ver las caras tristes de estas no pudo evitar sentirse feliz, por lo que decidió continuar con la farsa.
—Es todo culpa mía, creí que si cortaba todo mi cabello podría hacer que Lisa se sintiera mejor por la tontería que dije el otro día, ¡No puedo evitar ser tan tonta y ahora me veo tan horrible!
Lisa y Mary que guardaban en sus corazones grandes cantidades de amabilidad y comprensión se lanzaron a abrazar a Fedra y le aseguraron de corazón que el cabello corto no le sentaba nada mal, además de que resaltaba sus luminosos ojos. A Fedra le disgustó tener que escuchar eso, pero ya tendría después oportunidad de ocuparse de sus bellos ojos luminosos y permitió a las niñas que decorasen su cabello con cintas y cosas igual de coloridas a modo de una disculpa a medias.
Al día siguiente la pequeña bruja se alivió al ver que su cabello no creció de la noche a la mañana cuando al despertarse corrió a verse en el espejo, nadie le habría creído si decía que se había lavado el cabello con un aceite especial y por eso su cabello había vuelto a crecer así de rápido. Al menos estaría un tiempo sin recibir alabanzas a su cabello se dijo a sí misma, sin contar que ahora las personas del valle se fijarían en el resto de sus bellas características.
Los castigos llegaron esa misma mañana desde la oficina de la señorita Rosie, Lisa debía encargarse de llevar los mandados durante toda la semana, Mary debía ver que las niñas menores cumplieran correctamente todas sus lecciones y a Fedra, quien la señorita Rosie no quería que saliera por lo pronto, la mandó a ordenar los viejos archivos en la biblioteca de la escuela. A Fedra poco le importó el castigo como a sus compañeras, que sentían vergüenza cada vez que partían a cumplir con sus obligaciones, no, lo que Fedra quería era que la dejasen en paz y finalmente lo había conseguido al meterse en ese problema.
Nada importante ocurrió el primer día de castigo, ni al segundo, ni al tercero, pero al cuarto día ocurrió lo inesperado. En medio de los archiveros de la biblioteca algo comenzó a toser, primero muy despacio y luego con tal fuerza que mandó volando los papeles que Fedra apenas había ordenado. Tal acción había encendido en la joven una llamarada de enojo, pues si hay algo que le molesta a Fedra casi al mismo nivel de las cosas bonitas, es que los demás se metan con lo suyo y por el momento los archivos eran lo suyo.
—¡Da la cara o enfrenta mi ira y tengo mucha contenida en este momento! —exclamó al montón de papeles mientras levantaba el puño.
No obstante, se abstuvo de seguir gritando como lo hubiese hecho de estar en su bosque con el fin de no llamar la atención de sus compañeras, de entre el montón de papeles esparcidos una pequeña cabecita de abundante y despeinado cabello azul surgió tomando una bocanada de aire, seguida de un par de brazos, los más delgados que hubiese visto jamás.
—Bueno, esto sí es una sorpresa —dijo Fedra sin una pizca de sorpresa en una actitud que rozaba lo sarcástico, tomó los bracitos y tiró de ellos con dos dedos sacando el resto del pequeño cuerpo de lo que parecía ser una mujer diminuta con un gran par de alas de mariposa pegadas a la espalda— dime ahora quién eres o puedes irte en este momento.
La pequeña mujer soltó un chillido al enfocar el rostro de Fedra y percatarse del cortísimo cabello, pero unió el coraje necesario para hablar con la chica.
—Señorita Fedra, me presento ante ti con gran adoración, pues mis ojos nunca vieron un rostro más hermoso... —ante la mención de su rostro, Fedra no dudó en tirar a la mujercita por los aires y volver a su tarea.
Como si fuese su labor entretener a los espíritus del bosque que vagan por ahí, pensó ella mucho más molesta que antes.
El hada regresó volando entre los rayos de sol que entraban por las ventanas y se posó con suavidad sobre la mano de Fedra. —Veo que a la señorita no le gustan las presentaciones apasionadas...
—Bueno, ¿en qué puedo ayudarte, pequeña hada? —suspiró pensando que, si rostro no fuese el que tiene que llevar, nunca nadie se le habría acercado.
—Yo soy tu hada madrina —dijo el hada envuelta en una solemne actitud.
Fedra guardó silencio esperando escuchar la chillona risa del hada antes de que saliera volando, pero no pasó, únicamente se quedó observando embelesada el rostro de Fedra con sus brillantes ojitos negros.
—¿Y cumples deseos? —la sonrisa del hada desapareció al instante y Fedra soltó un suspiro, conocía el temperamento de las hadas y no quería tener a una llorando atrás de ella todo el día— dime que haces pues y veremos si te acepto o no.
—Yo seré tu consejera, la pequeña voz que te diga qué está bien y qué... —se interrumpió al ver la avinagrada expresión de Fedra.
—Quiero que te vayas, pero ahora.
Para Fedra un hada madrina siempre había sido una fuente de los deseos a la que nunca tendría acceso, nunca le importó porque al menos tenía su marca, pero ya no la tenía y ahora resulta que las hadas madrinas no cumplen deseos, decepción tras decepción.
—Señorita Fedra, cualquier joven que sea tan bella como usted debe tener a su disposición un hada madrina como yo y si me permite...
—No busco hadas madrinas en este momento, no tengo dinero y no puedo mantenerte así que vete.
El dinero era lo de menos para Fedra que sí estaba en condición de costearse un hada madrina ahora que la habían escogido, pero no quería una por la simple razón de haber sido escogida. Es bien sabido por todos los que han tenido una instrucción mágica básica que las hadas madrinas están destinadas para aquellas personas que posean gran belleza, así de frívolas suelen ser las hadas madrinas y al menos Fedra nunca había necesitado una, ella siempre seguía sus instintos para llevar sus malévolos planes a cabo y no quería a nadie chillando en su oído todo el día para que no hiciera lo que ella quisiera.
—Yo no estoy en busca de dinero, querida señorita Fedra.
—No, yo sé bien lo que buscas y no te voy a dejar ir detrás de mí todo el día tirándome flores con el único motivo de ser reconocida por el resto de las hadas madrinas, solo por ser más hermosa que el resto de sus ahijadas.
Fedra vio en los negros ojos del hada una clara señal de peligro, pronto explotaría en llanto, pero aun así no se conmovió ni un poco y continuó con su trabajo. Por eso uno nunca debe permitir el ingreso de hadas a su casa, en seguida quieren hacerte el tonto y convencerte con promesas llenas de magia, se dijo a sí misma Fedra, obligándose a mantener la cabeza abajo para no ver a la pequeña hada, claro que quería ver la exquisita tristeza en sus ojos, pero también estaba el peligro de que el hada creyera que trataba de hacerse la interesante.
—¡Por mi nombre que voy a demostrar mi valía, señorita Fedra! —exclamó tan de repente el hada con su voz chillona y se elevó por el aire batiendo sus alas- ¡Porque me llamo Lorelei de las tierras bajas!
Sin decir ni una palabra más, el hada salió volando entre los rayos de sol y desapareció de la aburrida vista de Fedra, que comenzaba a sentir cansancio de ser asquerosamente hermosa. Contempló los rayos pensando que quizá esa sea la única manera de que el hada se vaya y no regrese en un tiempo.
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