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En las inmediaciones del Valle rojo, más allá del lugar secreto donde se encuentran los enamorados y aún más lejano que el puente del círculo dorado, se encuentra una pequeña cabaña del color de las violetas a la cual los habitantes del pueblo disfrutan llamar (siempre con cierto temor en la voz) la "Casa del errante" aunque nadie está completamente seguro de la razón.
Si bien, según las historias que recorren el lugar de boca en boca, cualquiera que entra en el bosque que resguarda aquella cabaña sufre posteriormente serias y temibles consecuencias. Como se cuenta en el pueblo, Jim, el hombre más viejo del pueblo, se acercó lo suficiente en una ocasión con el único interés de conocer un poco la famosa cabaña de la que había escuchado desde la infancia antes de hacerse aún más viejo y asegura que una sombra, tan oscura como un pedazo de noche se vertió sobre él, o al menos es lo que se le entiende después de los muchos intentos para quitarle la condición de tartamudo de la que nunca antes se había visto aquejado; se dice también que la niña más pequeña de los Harmon aún no puede verse en el espejo sin sufrir por sus antes perfectos rulos que ahora caen argentados, pues todo su cabello se volvió una maraña de canas a la tierna edad de ocho años; ¡Y ni qué decir del joven Bobbie! Quien habiendo sido exhortado por sus amigos (y más que nada por el temor de ser llamado un cobarde), se aventuró al lugar en busca de la "bestia" que se rumorea allí habitaba, nadie se imagina qué pudo haber sucedido en ese nefasto lugar, pues el joven regresó congelado de pies a cabeza, acto que causó conmoción, siendo esa la tarde más cálida de aquel verano nadie sabía qué hacer.
La realidad es que nadie en el Valle rojo es capaz de imaginar qué acciones irreales son las que se producen en ese misterioso y, sin embargo, tan seductor lugar que los llama como hormigas al azúcar. Nadie a excepción de las dos personas que ahí viven, que al igual que su hogar, las envuelve un misterio sin igual.
Envuelta entre diversas telas de verdes vivaces aparece una mujer de mirar encantador, de cuyo cabello se pueden entrever gruesos mechones de hebras canosas que saltan a la vista entre las tres lustrosas trenzas del color del cielo al oscurecer, enmarcando la fría mirada de ojos tormentosos y realzando la sonrisa de deliciosa malicia que reposa suave sobre sus labios. Conocida por todos los habitantes del valle como la "protectora de la cabaña" o esa mujer que posee una belleza singular, a pesar de que el nombre impuesto dista mucho de la realidad, pues para cierta niña ella es solo la "tía Cosme" aunque ni es su tía, ni su nombre es Cosme. No, en realidad ella nunca se ha encargado como tal de proteger la cabaña, su única labor es proteger lo que hay dentro de ella.
—¡Fedra! ¡aparece en este momento! —grita la bella mujer hacia el bosque, pero nada sucede— ¡Fedra aparece o lo vas a lamentar!
Para el bosque aquella escena ya se había convertido una costumbre con el paso del tiempo, tanto que para los árboles ya no representaba una molestia escuchar los llamados de la tía Cosme, así como se había vuelto costumbre resguardar entre sus copas a la causante de tales gritos.
—¡Aparece o será Clive quien pague por tu insensatez! —se produjo un inquietante silencio, de entre los pliegues de sus ropas la suave mano de Cosme sacó a la rata más fea del mundo, gorda y vieja, de sucio pelaje y mustios bigotes, además de ser increíblemente perezosa— sabes bien que no dudaré ni un segundo en ahogar a este animalejo, así que aparece o lo lamentarás para siempre.
La mano de la tía Cosme no tembló en ningún momento, pues no mentía al respecto de ahogar a la rata y en casi lo que dura un pestañeo, la gorda rata Clive desapareció de la mano de Cosme y en su lugar, una hermosa flor abrió sus pétalos rosados y dejó salir su perfume, como una invitación para apreciar su belleza. Los ojos de Cosme se abrieron con sorpresa y una sonrisa se expandió abiertamente en su interior, sonrisa que no se permitiría demostrar, pues no podía mostrarle a Fedra que con una simple flor podía hacer que se olvide de sus travesuras.
En lugar de eso cerró la mano suavemente y con una postura firme anunció directo hacia los árboles:
—Regresa a tiempo para comer o solo empeorarás el castigo que corresponde a tu falta —fue lo último que dijo antes de entrar a la cabaña y poner la flor junto las demás que la niña le hubiese regalado dentro del recipiente de las flores encantadas, sin imaginarse que un par de ojos la miraban con extraña fijeza desde la rama de un árbol cercano.
La traviesa joven capturó en su mente el momento preciso en que Cosme sonrió antes de bajar de un salto el gigante árbol en que se escondía, claro, en compañía de la fea rata Clive y con sumo cuidado guardó al animal en el bolsillo de su raída y holgada ropa antes de continuar su recorrido habitual por el bosque. En el silencio del bosque no le importaba no hablar en lo absoluto, ni siquiera para recriminar a Clive por su mal comportamiento que siempre la metía en problemas con su tía.
Ella miraba todo con cierto desdén, deseaba con frecuencia que algunas cosas desaparecieran, como la luz del sol en aquel día tan brillante o las risas de esos fastidiosos jóvenes que arruinaban lo que podría ser un espantoso día, generalmente Fedra evitaba los caminos que la llevaban hasta "ellos", hacia cualquiera de esos mugrientos del pueblo que tanto detestaba, pero ese día en particular no pudo evitar la curiosidad al escuchar a su preciosa cabaña del bosque ser mencionada por esas odiosas criaturas, por lo que permitió a su oído guiarla hasta las risas y sentada sobre una rama del árbol más alto escuchó lo que decían.
—... y dicen que ahí vive también una muchacha muy guapa, pero que no sale por su constitución enfermiza —de inmediato, el joven que hablaba se ganó el desprecio de Fedra, pues esta pensó aparentemente que él era un joven de buena apariencia (muy agradable a la vista hubiese admitido en cualquier otro momento) y no hay nada que Fedra deteste más en la vida que la buena apariencia que suele gustar a todo el mundo.
—Pues si es tan bella debería hacer un esfuerzo para que el mundo la vea —comentó una muchacha de linda sonrisa y las demás jóvenes del grupo, celosas hasta la médula de que los chicos admiren a una chica que ni siquiera conocen se pusieron verdes de envidia y una de ellas (la muchacha con la nariz más pequeña y respingada que hubiese visto) señaló— yo creo que ella es más fea que una verruga y por eso no se atreve a salir.
El mismo joven apuesto se puso de pie y en un tono molesto amonestó a la muchacha.
—¡No deberías decir esas cosas de nadie, Millie! Si esa pobre muchacha es de débil constitución lo mejor que podemos hacer es pedir por su salud, no decir cosas terribles sobre ella —el muchacho de cabello castaño y suaves ojos calló tan súbitamente como comenzó a hablar.
Desde lo más alto del árbol la joven aludida pensó que ese chico era atractivo, pero algo tonto a su parecer y que no debía darle mayor importancia a lo que de su boca saliera, aunque fuese una total mentira y lo más alejado de la verdad que hubiese escuchado sobre ella alguna vez.
—¡Exacto! Y sobre todo si existe la posibilidad de que sea tan bella como se rumora...
Fedra de repente sintió el calor subir por sus mejillas, olvidando todo lo que hubiese pensado antes, claro que salía a pesar de tener la marca porque eso era lo que más amaba y más orgullo le hacía sentir, la razón de su poder. Las muchachas estallaron en risas y los chicos se negaron a creer en las suposiciones hechas por los evidentes celos de imaginar siquiera que alguien pudiera ser así de hermoso, mientras tanto, Fedra desde su rama planeaba la mejor manera para castigarlos por su insolencia.
Bien podría causarles un susto de muerte, pero no estaba lista para eso todavía y ya se imaginaba la reacción de su tía Cosme si llegaba con los cinco cuerpos sin vida de los chicos del valle a la cabaña. Sin embargo, no podía pasar por alto tal ofensa y pensó seriamente en qué podría hacer sin generar la muerte de alguno de ellos; pensaba y pensaba sin saber que en otra parte del bosque, Cosme la llamaba a gritos para poder comer juntas, pero la muchacha brillaba por su ausencia y eso la hizo enfurecer, pues el enojo de la mañana seguía presente, escondido entre aquellos brillantes rayos de sol que iluminaban su rostro.
No obstante, Fedra se había quedado sin ideas y por primera vez en mucho tiempo decidió que muy a su pesar, los dejaría ir tranquilos ese día, pero justo en el momento que se daba la vuelta para marcharse y no volver, escuchó que el nombre de su querida tía Cosme salió a colación y ya no pudo hacer oídos sordos.
—¿Creen que la tenga encerrada en contra de su voluntad? —preguntó uno de los chicos, sus dedos comenzaron a temblaron y la palidez se extendía por su rostro, sentía temor, pues la sensación de ser observado lo invadía lentamente.
—¡Yo escuché que la mujer es una psicópata! Y por eso solo se acerca al valle una vez por mes —la chica que antes se hubiera mostrado con tal confianza ahora sonreía menos que antes, pero de inmediato un aire de petulancia la envolvió— Además, que horrible nombre, nunca la he visto, pero si su cara es igual que su nombre... ¡Cosme debe ser horrible!
Aquel comentario infundió nueva confianza en las chicas que volvieron a reír a carcajadas, alimentando la ira de Fedra. Una tercera muchacha salió al rescate de la idea.
—No es lo que yo he escuchado, pero algunos creen que cuida a una bestia en este bosque, la bestia que causa esos terribles ataques que todos conocemos muy bien.
Fedra se sintió tentada a arrancar la cabeza de la chica de un solo mordisco, ¡Ella era la persona fea, ella era la bestia horrible! No Cosme, según Fedra, lo único de lo que Cosme era culpable era de ser tan hermosa, pues eso merma el poder y reduce el potencial a la nada, eso y no preparar pastel de frutas muy seguido.
La belleza no es poder ni mucho menos, es solo una carga para aquellos que tuvieron la mala suerte de nacer hermosos.
Haciendo gala de su mejor grito de guerra, Fedra se anunció desde lo alto de los árboles antes de caer de pie frente a los atónitos ojos de los jóvenes, quienes de inmediato sintieron temblar su cuerpo de pies a cabeza, pues aquella persona que había aparecido súbitamente se escondía bajo una gran capucha reía como lo haría alguien por completo desquiciado y presos del terror, los chicos gritaron.
—¡Este es mi territorio y ningún humano puede pisar este lugar! —Fedra los señaló con su dedo torcido y una mueca horrible en el rostro que escondía una sonrisa en su interior al ver sus rostros espantados— ¡A la bestia que habita estos bosques no le gustan los intrusos!
La muchacha elevó los brazos al cielo, donde las oscuras nubes comenzaban a agruparse sobre su cabeza. Saboreando al mismo tiempo la tensión y el drama al momento de asustar que siempre había disfrutado, y lentamente colocó ambas manos sobre su cabeza.
—Y la bestia de este bosque... ¡Soy yo! —exclama bajando la capucha con rapidez y, aunque no lo demuestra, su corazón brinca de emoción al ver los ojos llorosos de las chicas que se abrazan y sus propios ojos resplandecen al escuchar los tronantes gritos de los chicos antes de salir corriendo— ¡Corran a sus casas y lloren por siempre, pues mi rostro los acompañará al iniciar y al acabar cada día a partir de hoy!
Sí, se podría decir que Fedra a veces solía disfrutar de causar dramatismo en una buena primera impresión.
Las asustadas jóvenes corrieron despavoridas tras sus compañeros, sin embargo, uno de ellos volteó una vez más con el corazón en la mano y observó con atención a los ojos de su atacante antes de retomar la carrera por la salvación de su vida.
Una vez que los chicos desaparecieron de la vista de Fedra, ella pudo soltar la más alegre risotada de la semana al recordar aquellos rostros asustadizos empapados de sudor, ignorando que quizá sea esta la última vez que espante dentro de su amado bosque. Imprevistamente, las ya arremolinadas nubes se oscurecieron hasta el punto de que el brillante sol de aquel día parecía solo un bonito sueño que ahora ya era casi inexistente, ráfagas de viento tempestuoso revolvieron aún más el enredado cabello de Fedra y el brillo en sus ojos, del color del sucio fango se esfumó como si alguien lo hubiese apagado de un soplido y de inmediato sintió una segunda presencia acompañándola en el lugar.
El viento azotó a la muchacha por detrás, haciendo que cayera sin remedio de cara al frío y lleno de ramas suelo del bosque. Junto a ella, unas largas faldas susurraron y unos blanquísimos pies cargados de anillos pisaron las ramas y las hojas que cubrían todo lo que la rodeaba. Ella reconoció al instante los aros que relucían en los dedos de la única persona por la que sentía algún respeto y afecto.
—Fedra, esta es la última vez que perdono una de tus travesuras —Cosme cuya gran agilidad siempre había sido admirada por Fedra, levantó una mano y en ella susurró unas cuantas palabras que adoptaron una pequeña forma circular de un brillante color rojo, envió el hechizo a través del viento, en dirección a las pequeñas figuras que aun podía divisarse corriendo hacia el valle— esto es quizá lo peor que has hecho y no en tu vida, ¡En la semana!
El día iba oscureciendo hasta parecerse a la hora más oscura de la noche y la tensión en el ambiente rozaba lo peligroso, tanto que Fedra tembló ante la mirada que su querida tía Cosme le profesaba y supo que no había flor en el mundo que pudiera salvarla esta vez. No parecía ser la misma a quien ella había hecho sonreír innumerables veces con decir una palabra bonita y con toda esa aura encima, casi se veía tan horrible como ella y eso siempre pareció imposible para Fedra, pues Cosme es quizás la criatura más hermosa que se hubiera visto alguna vez.
La mujer tomó a la joven chica que apenas cumplía los quince años de la oreja y en un abrir y cerrar de ojos ya no estaban en medio de los árboles, estaban de pie frente a la chimenea de la pequeña cabaña, de un solo movimiento de su mano Cosme hizo sentar a Fedra, cerró cada puerta y ventana que en la cabaña hubiese y cruzada de brazos permitió a todo su enojo apropiarse de la estancia.
—Has sido mala, peor que mala —Fedra abrió la boca e un vano intento por replicar, entonces la chimenea estalló en rojas llamas que iluminaron las paredes haciendo que la cerrara de inmediato por temor a que algo más estallase— y no quieras decir que fue sin intención, porque tú siempre tienes toda la intención del mundo... ¡Conozco a la pequeña bestia que estoy criando!
Cosme con su atronadora voz, tan distante de las dulces melodías que suelen salir de sus labios, hizo retumbar las paredes de la cabaña, tal fuerza hizo que Fedra se encogiese en su lugar y entrelazara sus manos moteadas de variados tonos pardos en un vano intento de parar el temblor que la recorría de pies a cabeza. Ese pequeño gesto no pasó desapercibido para Cosme y a pesar de aquello, hizo lo que creyó correcto, como se hace cada vez que uno explota.
—Fedra, este castigo que te voy a imponer es para que aprendas que el poder dentro de ti debe ser usado para algo más que asustar campesinos porque se acercan a un bosque y espero que algún día me perdones porque es eres importante para mí... —el rostro de Cosme brilló y ya no parecía tan joven y hermosa como antes— incluso en esas ocasiones en que crees que no.
De la encimera que había sobre la chimenea, tomó un frasco lleno de brillante líquido lila que no dudó en verter por completo sobre Fedra, empapando sus prendas, permitiendo que su piel absorbiera cuanto caía sobre ella y llenando sus pulmones de insultante aire perfumado, Cosme sopló y sopló sin descanso por un minuto entero.
—Fedra que vives en el bosque más allá del valle... —la atronadora voz de ultratumba que empleó le caló tan a fondo a la muchacha, que de inmediato supo que nada bueno podría resultar de todo aquello y con todas sus fuerzas intentó soltarse de las manos invisibles que tiraban de ella— yo te despojo de tu marca y que de tu interior brote la flor del cambio, para que puedas alcanzar el verdadero potencial que tanto has anhelado.
Fedra sintió un temblor recorrer su espalda al escuchar esas espantosas palabras que solo significaban lo peor, sus manos arañaron los vestidos de Cosme intentando que detuviera aquel dolor insoportable. A borbotones expulsó la manchada piel de Fedra un apestoso líquido verde que la quemaba, casi como estar pasando en medio de un arco llameante que la obligaba a gritar desesperada, buscando por todos los medios una manera de parar todo.
Atormentada, ella acarició la idea de morir en ese lugar y aquel pensamiento solo le provocó el llanto, pues nunca había deseado dejar el mundo.
—¡Cosme! ¡Por favor, no quiero morir! —gritó una vez más tan alto como se lo permitía su garganta, sin embargo, impulsada por las violentas sacudidas involuntarias de su cuerpo, Fedra cayó al suelo y golpeando su cabeza, supo que nada sería como antes.
Su cuerpo acabó de despedir aquella fétida sustancia, dando paso a una oscura sombra que se cernía precipitadamente sobre la joven que yacía acostada; Cosme, de pie observaba todo en silencio, esperando el momento exacto en que el cuerpo de su querida niña fuese cubierto completamente por las sombras.
—Un largo camino te espera, Fedra y es mi deseo que aprendas a confrontar el mundo tal y como es, no pretendo que te escondas tras unos árboles toda la vida, ni mucho menos que permanezcas en manos de tu querida marca, aquella que jamás te guiará hacia la grandeza como profesas fervientemente que hará. Solo tú misma puedes transformarte en algo excepcional, el poder lo llevas tú, no una marca.
Con un último esfuerzo, Fedra levantó la mirada cansada hacia Cosme, casi implorando por ayuda a través de sus gigantescos ojos, sin siquiera pensar que la única respuesta que recibiría sería ser cubierta nuevamente por un segundo líquido, el cual en contra de su voluntad, la introdujo en un insondable sueño.
—Duerme bien, mi pequeña —murmuró Cosme, quien comenzaba a sentir el peso de la edad que nunca aparentó, como si todos esos años le cayeran encima y se colaran entre sus ropas, metiéndose bajo su piel.
Desde entonces, aquellos que corrieron con la suerte de estar cerca del temido bosquecillo que protege a la cabaña del errante esa fatídica tarde, aseguran que nunca olvidarán los gritos que de él salieron, ni la sombra que se posó sobre aquel magnífico día que los estremeció de pies a cabeza.
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